Dominó

Corchea y tresillo de castañuelas en un dos por cuatro muy marcado. Con semejante ritmo es imposible que Luis no se levante animado. Fiel amante del pasodoble, Suspiros de España es uno de sus preferidos. Hace unos días eligió esta melodía como despertador, decidió cambiar los tristes informativos por algo más ameno. Se afeita silbando, mientras se balancea hacia los lados al ritmo que marca la trompeta. Cuidadosamente se perfila los doce pelos que aun tiene en su cabeza, raro es el cabello que aguanta más de ocho décadas. Acto seguido, sale corriendo suavemente a la habitación de al lado, toca dar los buenos días a su mujer. Ella, inmóvil desde hace ocho años, permanece conectada a una máquina que le duerme el dolor, pero ahí está. Y él también.

Llevan veinte días encerrados en su pequeña morada, resguardándose de esa amenaza invisible que persigue cruelmente a los de su generación. Sin embargo, tras unos días de titubeo, perdió el miedo. La edad le ha conferido a Luis una valentía propia del Quijote para afrentar a la muerte. Su vida la ha pasado entre ladrillo y ladrillo, susurrando a la hormigonera en aquellas frías noche de Enero, escuchando la radio en todo momento. Por circunstancias de la vida, no pudo tener descendencia, los regalos del seis de enero eran para sus sobrinos. Pertenece por tanto, a ese grupo de personas de un árbol genealógico cuyas ramas han ido podando, hasta tener únicamente hojas en el suelo. Luis ha sufrido en sus carnes las dificultades que muchos solo ven en Netflix, aquellas que piensan que solo existen en las películas. Pero ahí sigue, está acostumbrado a nadar contra corriente, así que la amenaza invisible, no ha conseguido parar ni minar su ánimo. 

Luis no hace nada espectacular bajo el punto de vista mediático. Todos los días a las ocho de la tarde, abre la ventana de la habitación de su mujer. Aplaude durante veinte minutos, mientras tararea todas las canciones que ponen sus vecinos. En esos instantes, pasa de sobrevivir a vivir, ve el final más cerca. Cuando acaban los aplausos, llega su momento. 

 Los primeros días veía en las noticias miles de iniciativas de la gente para animar a la población. Él sentía una extraña mezcla entre alegría e impotencia. Le invadía la rabia de no aportar nada al mundo, un peón de obra no entra en el grupo de héroes. Error. Todo esa frustración iba a desaparecer.

Él no tenía un móvil moderno, no conocía las videollamadas y la palabra hastag le sonaba a insulto. Un lunes por la tarde sacó su agenda de teléfonos, esos pequeños libros en los que la gente apuntaba direcciones.  Se sentó en un sillón al lado de su mujer y empezó a marcar números.
  • ¿Diga?.
  • Tomás, viejo amigo, soy yo.
  • Hombre Luis, que gusto oírte. ¿Qué tal está Elena? ¿Cómo lleváis el encierro?.
  • Bueno, aquí al lado la tengo, hoy parece que está más despierta. Escucha, perdona que te moleste pero, ¿no tendrás por ahí el dominó?.
  • ¡Pues claro!. ¿Por qué lo dices?.
  • Vamos a jugar una partida.
  • Luis, te está afectando de más el confinamiento. No se si te acuerdas, pero a esto se juega con cuatro personas y somos dos. 
  • Lo se, lo se, si es que no me has dado tiempo. Tengo que llamar a Pablo y a Antoñete.
  • Ah… Pero, si los llamas a ellos, me cuelgas a mí.
  • Efectivamente.
  • ¿Y entonces cómo jugamos?.
  • Te llamo después y te digo el movimiento.
  • Vaya ideas tienes Luis… ¿Cómo se que no me vas a engañar?.
  • Tengo a Elena escuchando conmigo, ya sabes que no voy a mentir delante de ella.
  • Vale, voy a por mis gafas entonces.
Luis colgó el teléfono y con un amago de sonrisa, supo que su idea iba por buen camino. Tras llamar a los restantes integrantes de la partida, empezaron la primera de muchas. Obviamente, se tardaba horas en jugar. Luis tenía que proceder como aquellas operadoras de los primeros años de la telefonía, retransmitiendo movimientos cual locutor de radio. Durante el par de horas que duraba la partida, se olvidaban por completo de la amenaza invisible. Tras una semana jugando, sin grupos de WhatsApp, la voz se corrió. 

Puedo afirmar con certeza que Luis pertenece a ese ingente grupo de personajes de novela que viven en una sociedad que no sabe leer. Actualmente coordina a 16 jugadores de dominó del barrio en el que vive. Quizás son pocas personas para poner en una gráfica o para dedicarles un programa de televisión, pero, a base de corcheas se construye Suspiros de España.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Artistas

Memoriae